Solo quien sabe estar solo, sabe estar
No cualquiera vuela solo
Se habla mucho de las personas que no saben estar solas, pero poco se dice de quienes sí.
De esas que aprendieron a volar después de salir de un montón de capullos; de esas que saben estar con ellas mismas sin que se les caiga el mundo encima.
Y no, no es porque sean frías o cerradas. Es porque pasaron por mucho para estar donde están.
Porque dejaron atrás dependencias, vacíos, heridas, creencias que les hacían pensar que necesitaban de alguien para sentirse completas.
Y porque ya lo intentaron todo… y aprendieron a elegir distinto.
Saber estar solo no es un logro que se grita, es una paz que se siente
En cómo alguien disfruta su espacio, su rutina, su silencio.
En cómo ya no mendiga amor, atención ni validación.
Y no fue fácil llegar ahí: hubo que romperse muchas veces, atravesar tormentas internas y soltar versiones propias que ya no encajaban.
Liberarse también es volar
Liberarse de una dependencia emocional, por ejemplo, es un vuelo en sí mismo.
Porque no se trata solo de dejar de necesitar a una pareja, también implica cuestionar por qué se creyó durante tanto tiempo que el amor debía doler, que estar solo era un fracaso o que la compañía lo era todo.
Muchas veces, lo que llamamos “amor” viene cargado de miedo: a no ser suficientes, a quedarnos sin nadie, a que se repita lo que dolió antes.
Pero cuando empezamos a sanar esas raíces, a verlas de frente sin adornos, nos damos cuenta de que el verdadero amor no llega a completar lo que falta: llega cuando ya no falta nada.
Y ahí cambia todo
Ya no se busca a alguien por necesidad, se elige a alguien desde la libertad.
Ya no se corre detrás de quien no quiere estar, se respeta el silencio y se sigue caminando.
Y sí, estar solo también tiene sus sombras.
A veces se vuelve incómodo ver lo que hay dentro.
A veces el viernes por la noche pesa más.
Pero también es ahí donde nos encontramos, nos entendemos y nos reparamos.
Y eso… eso no tiene precio.
Quien sabe estar solo no está disponible para cualquiera
No porque se crea más, sino porque aprendió a ser su propio lugar seguro.
Y cuando alguien así elige estar con alguien, lo hace desde la calma.
Porque ya no busca que lo salven, sino que lo acompañen.
No se trata de llenar vacíos, sino de compartir espacios.
De construir, no de rescatar.
Estar solo también es crecimiento
Por eso, estar solo un tiempo (el necesario) no es tiempo perdido.
Es tiempo de introspección, de evolución, de volver a ti.
Y, a partir de ahí, todo cambia: lo que se tolera, lo que se quiere, lo que ya no.
A veces hay que soltar vínculos que duelen, incluso si no hay un motivo “tan grave”.
A veces simplemente ya no conectan con el ritmo, con los sueños, con lo que hoy somos.
Y está bien.
Volar solo también es volar alto
Porque, al final, no se trata de coleccionar personas, sino de permitir que se queden solo quienes suman, respetan e impulsan.
Y si no hay nadie que lo haga… tampoco pasa nada.
Sigue volando solo, y cada vez más alto.
Porque sin cambios no hay mariposas.
Y sin un poco de soledad, no hay alas.