Lo que das habla de ti, lo que recibes habla de los demás
A veces creemos que si tratamos bien a los demás, ellos nos van a tratar igual, pero no funciona así.
No todos ven el mundo con los mismos ojos. No todos tienen tus valores, tus heridas, tu historia. No todos tienen la misma capacidad emocional que tú, y esperar que la tengan es condenarte a la decepción.
Muchas veces, cuando alguien no hace lo que esperábamos, soltamos un:
“Es que yo, en su lugar, hubiera hecho esto…”
Pero ahí está el punto: tú no eres esa persona.
Esa persona no siente como tú, no piensa como tú, no ve lo mismo que tú. Y no tiene la obligación de actuar como tú lo harías.
Tú tienes tu mundo interno, los demás tienen el suyo.
Lo que das habla de ti
Y sí… sé que duele.
Porque tú lo diste todo esperando lo mismo a cambio, pero lo que tú das, habla de ti: de tu corazón, de tu intención, de tu capacidad de amar y conectar.
Lo que recibes, en cambio, habla de los demás.
De sus límites.
De su historia.
De su conciencia emocional.
De lo que pueden —o no pueden— ofrecer.
No se trata de dejar de dar, se trata de dejar de esperar.
Mientras tú esperas reciprocidad, algunos ni siquiera se han dado cuenta de lo que diste.
No porque no les importe, simplemente no pueden dar lo que tú sí sabes dar.
Y eso también hay que aceptarlo.
No le pidas manzanas a un árbol de peras
Es como pedirle manzanas a un árbol de peras.
El árbol no está mal, tú simplemente estás pidiendo en el lugar equivocado.
Por eso te frustras, te decepcionas, te desgastas.
Por eso te duele.
Pregúntate:
¿Hace cuánto estás esperando que alguien te dé lo que tú sí das sin pensarlo?
¿Hace cuánto te enojas porque alguien no actuó como tú lo hubieras hecho?
¿Hace cuánto sigues dando, esperando que un día lo noten?
Aceptar libera
Aceptar que las personas no van a cambiar solo porque tú crees que deberían, es liberador.
No significa quedarte donde no te valoran.
Significa que puedes elegir con conciencia.
Significa que puedes decidir hasta dónde dar, cuánto entregar y qué tanto estás dispuesto a aceptar.
Pon tus expectativas donde sí tienes control: en ti.
Porque al final, la empatía no se exige, el respeto no se ruega, y lo que realmente vale, no se mendiga.
